AGO 142017 La acumulación de una historia de barbarie no ha representado el advenimiento del respeto a los derechos humanos universales y tampoco el establecimiento de una ética y una moral universal de incuestionable respeto a las libertades democráticas. Los gobiernos de las naciones han fallado en este propósito y líderes políticos con gran poder han sucumbido y siguen sucumbiendo a las mismas tentaciones que doblegaron en su tiempo a los Césares, a los monarcas absolutistas, a Robespierre, a Napoleón, a Stalin, a Hitler, a Kim Il Sun, a Pinochet, a Porfirio Díaz. La misma altanería de siempre se ha posesionado de los grandes líderes, creer que su modo de pensar es el único correcto y que debe ser el único con derecho a existir, no sólo sobre su territorio, sino sobre la faz de la tierra. Y lo mismo pasa con lo más acrítico y podrido de las derechas y las izquierdas. Cada cual reivindica su pensamiento como verdad absoluta, sin conceder ningún valor al poder de la pluralidad, creyendo que el mundo existe como una simplicidad maniquea, en el que el otro necesariamente representa la maldad y el origen de todas las tragedias del mundo, de su mundo. Que debe ser aniquilado, o por lo menos obligadamente sometido y sojuzgado para que no impida el desarrollo del pensamiento verdadero del cual está convencido es el portador, gracias a un librito, a la predicación carismática de su líder, o a la revelación epifánica del sentir de la gente, o por inspiración metafísica. Tantos miles de años de experiencia gregaria de la humanidad, tanta generación de pensamiento filosófico y político y sin embargo tan atascados como en el pasado, preocupados por la entereza de la libertad, angustiados por el ineficacia de los gobiernos, aterrados por el poder irresponsable que ejercen los líderes mundiales que con lengua de pólvora precipitan cada día a la humanidad a nuevas guerras, que con decisiones frívolas regresan a millones de seres a vivir en condiciones tan desgraciadas en su casa como hace miles de años. El ramaje derechista, temeroso y decepcionado, de la sociedad estadounidense ha generado en el marco de su democracia un monstruo, entre loco y estúpido, pero con una elevada capacidad de iniciativa, que en casi 8 meses ha puesto patas para arriba la ya de por si vapuleada e inestable "paz" mundial. Ha acicateado el ánimo de guerra de una sociedad, que él entiende, necesita sentir nuevamente las glorias de la grandeza y la adquisición de nuevas riquezas. Paradójicamente en un mundo donde los polos de poder se han redistribuido y el acceso a la riqueza colonial y de mercados es ya asunto de otro tiempo. Querer retomar el papel del gendarme mundial, excluyendo el papel de los organismos internacionales establecidos para dirimir las discrepancias por las vías diplomáticas y el derecho internacional, es hoy una acción que raya en lo grotesco, pero que convulsiona la frágil estabilidad internacional y nos precipita a una nueva era de destrucción. Y por otro lado, la descabellada pretensión nuclear del Corea del Norte para inducir no una nueva era de guerra fría sino de abiertas hostilidades, que implicarían la participación de China, es el complemento para organizar una verdadera fiesta de dementes, que sólo puede llevar a la humanidad a una catástrofe. Y por si faltara poco, la locura megalómana de Maduro, que legitimando con pajaritos comunicativos su herencia, consultando con vacas la viabilidad de su Constituyente, cree ser el heredero místico de Hugo Chávez, poseedor de la "verdad revolucionaria" y por esa razón constituido en perseguidor de todo hereje que con su libertad cuestione sus decisiones monárquicas, es el otro ingrediente de demencia que probaría que toda la historia que nos precede ha servido absolutamente para maldita la cosa. Prueba que los valores del pensamiento democrático no se han consolidado en la cultura de la humanidad y mucho menos en la de los líderes políticos. Tan así que muchos de ellos siguen quemado incienso a Trump, si son derechistas, y a Maduro y a la dinastía de Kim Il Sun, si son izquierdistas. Parece ser que la barbarie es un monstruo que nos seguimos mereciendo gracias a nuestra necedad y a nuestras pretensiones absolutistas desde las diversas geometrías ideológicas de la política. Y nos lo merecemos, porque el resto, la inmensa mayoría, preferimos callar. |