Madero, el páramo anunciado.

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OCT
04
2020
Julio Santoyo Morelia, Mich. Hace algunos años, a raíz de un artículo publicado por quien esto escribe sobre los fatales desequilibrios ecológicos y sociales que estaba acarreando el monocultivo extensivo del aguacate, un lector dedicado a esta actividad y muy ufano de las bondades económicas de estas plantaciones, argumentó con ánimo triunfal que se estaban ensayando variedades modificadas para que el cultivo se hiciera incluso en tierras cálidas. Que el aguacate era lo mejor que nos había pasado, celebraba.
Ya para entonces dábamos seguimiento a la expansión de la frontera aguacatera en el municipio de Madero y sus terribles consecuencias en la reducción acelerada de bosques, la escases de agua, el incremento en la intencionalidad de incendios forestales, la aplicación de plaguicidas que merman la población de abejas y otros insectos, la contaminación de arroyos y ríos que han hecho incomibles los peces del rio Curucupatzeo y la reducción de la fauna salvaje a la que se le cortan los corredores biológicos.
Además, observábamos con preocupación el incremento de las tensiones sociales por el acceso al agua, la agudización del acoso para la compra forzada de tierras boscosas y la proliferación del inmobiliarismo aguacatero que ha carcomido los vínculos sociales de los pueblos y su relación con sus ecosistemas, el uso de tecnologías que dañan los ciclos naturales del medio ambiente y el incremento de la inseguridad por la porosidad social propiciada por estas empresas sin pertenencia social ni cultural.
A seis años de aquella publicación confirmamos que la expansión aguacatera en Madero ha cumplido con creces los peores pronósticos. A la fecha no sólo no se ha detenido la destrucción de cientos de hectáreas de bosque sino que se ha triplicado la velocidad con la que se arrasan. La impunidad con la que se pueden arrasar 10 o 100 hectáreas de pino y encino durante un par de meses es asombrosa y escandalosa si consideramos que los ciudadanos realizan denuncias oportunas que son ignoradas por quienes tienen la responsabilidad constitucional de aplicar el derecho ambiental.
En Madero se arrasan bosques y se hace cambio de uso de suelo como si hubiera permiso para ello. Es el negocio de moda. Es tan rutinario este fenómeno que la policía municipal -conforme a información obtenida- escolta a los compradores de madera ilegal para que la realicen en ciertos aserraderos o la desaparezcan en cualquiera de las 11 astilladoras permitidas en Madero y Acuitzio del Canje.
Los bosques de Madero, sur de Morelia y Acuitzio, son proveedores estratégicos de servicios ambientales, esenciales para más de un millón y medio de personas que habitan el valle de Guayangareo y una gran parte de los pueblos de tierra caliente, más allá de ser imprescindibles para los ecosistemas que albergan.
La ausencia de gobierno y ley en la sierra de Madero ha permitido que en pocos años el desmantelamiento de bosques sea brutal. Podemos tomar como indicador de este ecocidio el incremento en la instalación de ollas captadoras de agua. Toda huerta que se precie de funcional debe contar con al menos una de grandes dimensiones. Pues bien, el incremento en un par de años ha sido de trescientos por ciento, con la complacencia o no de Conagua. Son ollas que preferentemente aprovechan los nacimientos naturales y las zonas de infiltración secando los arroyuelos y dejando sin agua a los ecosistemas y poblaciones tierras abajo.
Los pobladores de Madero saben perfectamente que en pocos años sólo quedará un páramo de lo que son y fueron sus bosques. Lo que viene es un conflicto vigoroso por el acceso al agua y por el cuidado y rescate de su territorio natural. Este hecho, por sí mismo, pone en evidencia el fracaso de las políticas ambientales de todos los órdenes de gobierno que hasta ahora solo han administrado la protesta y paliado los reclamos sin tocar el fondo de la problemática.
En este contexto emergen iniciativas cívicas determinadas por esta preocupación. En la última semana destaca el acuerdo del ejido más antiguo de Madero, que data de 1925 y del cual depende la vida ambiental de la cabecera municipal. El Ejido de Villa Madero ha decidido tomar acciones firmes para proteger sus bosques del acoso aguacatero y de algunos madereros que están sacando ventaja de la madera talada fuera de la ley. La pérdida de caudales de agua, nos dicen, ha mermado la producción agrícola y disminuido la que corre hacia tierra caliente.
Si el Ejido de Villa Madero pierde sus bosques la cabecera municipal la pasará muy mal y la razón es simple: de ellos depende el agua y la calidad de vida de sus pobladores. Para los ejidatarios es claro que quien tala o estimula el derribo con la compra de madera ilegal está dañando la vida de toda la población, está matando a Madero, lo está llevando a la condición de páramo. Este fenómeno está generalizado en la zona de Coalcomecas y los nacimientos que proveen de agua a Moreno y San Diego Curucupatzeo, la segunda tenencia más grande del municipio.
Otros ejidos del municipio han tomado decisiones semejantes como el de Acatén, San Diego, San Pedro y la Concepción, incluso ejidos del sur de Morelia como el de Nieves han hecho lo propio y es que ante la ausencia del gobierno no se puede perder el tiempo. Lo que está en juego es la vida de los pueblos que habitan estas sierras y parece que al gobierno eso le importa un bledo.
Hasta ahora no hemos sido testigos de que el aguacate pueda cultivarse en zonas cálidas pero sí del poder económico y político que los grandes cultivadores y sus proveedores han alcanzado. Un poder que les permite ahora disputarse municipios, diputaciones y la gubernatura. Espacios que si los consiguen, sobra decir, estarán al servicio de sus intereses económicos construidos con base en el ecocidio. Si así fuera, la conversión de bosques en páramos está asegurada para Madero y todo Michoacán ... si antes no alzamos la voz para impedirlo.


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