Más allá de la indignación

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OCT
27
2014
Julio Santoyo Guerrero. Morelia, Mich. ¿Hasta dónde va a llegar la ola de la indignación nacional por el caso de los jóvenes de Ayotzinapa? ¿Es sólo la exigencia de que los presenten vivos o esta gran movilización de conciencias tendrá la lucidez para proponer la urgencia de grandes transformaciones para México?
La reacción social ante la desaparición de los jóvenes ha calado hondo. No sólo hizo pedazos políticamente, en un primer momento, al narcopresidente municipal de Iguala, también ha derrumbado al gobernador Ángel Aguirre, ha rebasado y exhibido a las figuras centrales del gobierno federal, al Procurador Murillo Karam, al Secretario de Gobernación Osorio Chong y al propio Enrique Peña Nieto, quienes creyendo que lavándose las manos era la mejor estrategia, han perdido el paso y caído de la aceptación popular.
La partidocracia en pleno tampoco se escapa de este monumental desprestigio. Al PRD no se le perdonará jamás haber promovido y protegido a un genocida. Este partido acumula en su corta historia la tolerancia a personajes vomitables como René Bejarano "el señor de las ligas" y la protección al narco diputado Julio César Godoy Toscano, introducido en la maletera del coche de otro diputado de "izquierda" para que tomando protesta en San Lázaro tuviera la protección del fuero.
La inacción oportuna del presidente, a pesar de tener información de inteligencia de lo que pasaba en Iguala, (y si no fue así, para qué diablos le sirve el Cisen, los sistemas de inteligencia militar y los acuerdos de colaboración con la DEA y el FBI), y la decisión de menospreciar mediáticamente el tema con un "que el gobierno de Guerrero cumpla con lo suyo", lo coloca en la mira acusatoria de la responsabilidad. Una reacción inmediata del gobierno federal, de su sistema nacional de seguridad, es indudable que habría evitado la desaparición de los jóvenes.
La partidocracia de nuestro país está temblando en estos momentos. Ningún partido tiene autoridad moral para dar la cara ante este agravio social y para liderar la protesta nacional. Este es el primer gran movimiento de protesta cívica nacional que nace al margen y en contra de la partidocracia y de los vicios del sistema político mexicano que emergió de las reformas frustradas de la década de los noventa del siglo pasado. En el fondo se trata de una severa crítica a un sistema político que en lugar de ciudadanizar su agenda, de romper las inercias heredadas del autoritarismo priista, y de hacer efectiva la democratización de la vida nacional, sólo maquilló al monstruo autoritario. Y esto ha sido la obra de la partidocracia, por eso no tienen cara ni autoridad para estar junto a la sociedad indignada.
El potencial transformador de la protesta social es incuestionable. Pero depende de la capacidad de propuesta que este genere para que pueda convertirse en un movimiento transformador. Y es la capacidad de transformación lo que teme la partidocracia que juega un papel literalmente conservador. Si la reflexión pública en torno a las causas estructurales que originaron el caso de Iguala es certera, identificándolas con claridad, proponiendo y exigiendo cambios en el sistema político mexicano, entonces la indignación habrá tenido un desenlace favorable para todos los mexicanos.
El problema es que la indignación no genere una cabeza alternativa porque eso es lo que están esperando los alfiles del sistema. Desde el sistema se buscará satisfacer la protesta con la versión simplista de que los culpables son la pareja infernal, el expresidente municipal y su esposa, el jefe de "guerreros unidos" y los policías implicados; otorgarán, como lo están haciendo, la cabeza del gobernador y probablemente de algún alto funcionario federal, para amortiguar el clamor de venganza social, que suele dominar los ánimos colectivos cuando ocurre una tragedia como esta.
Por eso la pregunta ¿Hasta dónde va a llegar la protesta social? Y no se trata de que el mejor punto de llegada sea el extremismo como el incendio de edificios, porque eso tampoco es impulsor de los cambios y puede alejar con el tiempo a amplios sectores sociales que indignados buscan transformaciones pero no la violencia ciega de la venganza.
La inconformidad nacional, el desgaste y aturdimiento del gobierno federal y la pérdida de autoridad de la partidocracia, pueden ser terreno fértil para que este gran movimiento haga valer otra agenda, la agenda proveniente del interés de los ciudadanos en los temas vitales como la economía, la seguridad, la educación, la salud, la representación popular y la participación de los jóvenes en el destino de México. Pero para ello este movimiento deberá no conformarse con ser sólo de protesta y transformarse en uno de propuesta.


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