| JUN 262014 Este domingo 29 de junio, en la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia entera hace oración por el Papa y le manifiesta su adhesión, cariño y apoyo a través de la ofrenda llamada “El Óbolo de San Pedro”. Demos gracias a Nuestro Señor que ha dado a la Iglesia, para regirla en el último siglo, a pastores de grandes dotes humanas y virtudes extraordinarias. Entre ellos veneramos a San Pío X, San Juan XXIII, a San Juan Pablo II, así como a los Siervos de Dios Juan Pablo I, y Pablo VI, quien por cierto será beatificado el próximo mes de octubre. En nuestros días tenemos la gracia de ver lo que no sucedía hace siglos, a un papa emérito, Benedicto XVI, humilde y sabio; y a un papa Francisco, entusiasta y audaz, que en poco tiempo ha conquistado al mundo por su simpatía y liderazgo. Dos hombres muy diferentes en su estilo y temperamento, pero ambos enviados por Dios para cumplir cada uno en su tiempo una misión providencial. Es motivo de profunda gratitud contar con la persona y el ministerio de Nuestro Santo Padre Francisco. Por supuesto que no faltará alguien a quien le incomode o escandalice su libertad de espíritu y su determinación para realizar algunos cambios en la Iglesia. Es explicable que haya resistencia y hasta oposición de quienes buscan instalarse o se aferran a formalidades que no son esenciales para la misión evangélica. En particular, me llama la atención en el papa Francisco su manera de discernir y tomar decisiones. Como auténtico jesuita, sigue el método ignaciano de la discreción de espíritus en una oración prolongada, mediante una consulta prudente y conforme a criterios evangélicos. Sin precipitarse pero sin dejar las cosas a la larga, va disponiendo lo que juzga conveniente delante de Dios. Y no ha faltado ocasión en la que, reconsiderando el asunto, da marcha atrás en alguna decisión. Es patente la simplicidad con que deja a un lado protocolos y rompe esquemas lanzando con audacia iniciativas de gran impacto, confiando siempre en la asistencia divina. Un ejemplo es el hecho de haber convocado a un encuentro de oración en el Vaticano a los líderes de dos pueblos que han vivido en continua guerra, Israel y Palestina, junto al Patriarca Ortodoxo de Constantinopla. El simple hecho de mostrar al mundo las escenas de saludos respetuosos y plegarias sinceras ha sido un grandísimo logro y un signo de esperanza. Los invito, pues, a que en todas las Misas de este domingo oremos a Cristo, Pastor de nuestras almas, en favor de quien lo representa en la tierra. Pidamos por el papa Francisco para que, con su palabra y su ejemplo, nos confirme a todos en la fe; pidamos también que toda la Iglesia viva en comunión con él, para así dar un signo de unidad y de paz al mundo entero. |