Contra la realidad.Julio Santoyo, 06/05/2025
Morelia, Mich.
¡El control ideológico de la realidad! Ese ha sido el impulso desde que el ser humano pudo asociarse en grandes grupos. El costo que tuvo que asumir para vivir en conglomerado fue sacrificar su singular comprensión de la realidad por la que se proclamaba desde el poder.
El mayor deseo del hombre es desear el poder del otro para subordinarlo. Así se construyen reinados, imperios y naciones. Para lograrlo han tenido que quebrar la mayoría de las concepciones discrepante de la realidad. Por eso, cuando esos poderes han sido derrotados lo han sido porque las personas se han emancipado de las ataduras y vendajes que se les ha impuesto, es decir, se han liberado de la "realidad" ideologizada.
El sueño de la ilustración de permitir, tolerar y alentar la convivencia de la diversidad de realidades en el diseño de las repúblicas que de ella emanaron, ha tropezado con el eterno retoño de las tiranías y totalitarismos que buscan regresar al estado tribal, ancestral, en donde las otras ideas de la realidad debían ser demolidas y castigadas.
La democracia moderna ha reivindicado que todo ciudadano es libre para apropiarse de la realidad desde sus propias creencias y lo más importante, considera que cualquier visión tiene legítimo derecho para construir poder, alternar y acceder al gobierno, con dos condiciones inapelables: renunciar al absolutismo y a la destrucción de las otras visiones, y, hacer del consenso y el diálogo los instrumentos de la gobernabilidad.
En muchos casos el sueño ha sido anulado en favor de distopías autócratas con resultados dolorosos y sangrientos para las sociedades. El eterno retorno a lo primitivo y tribal (someter el deseo de los demás de forma total) parece determinado naturalmente por la lógica ególatra y codiciosa, que viene en el ADN del poder, de cualquier poder, de cualquier ideología y de cualquier color.
La realidad, ha sido siempre, a lo largo de la historia una zona de disputa entre el poder y los esclavos, los vasallos o los ciudadanos. Una disputa que suele, casi siempre, definirse en favor del poder, que refrenda el control sobre los demás, a través del miedo, el destierro, la cárcel, la muerte y sobre todo de medios simbólicos. Por ejemplo, reescribiendo la historia, levantando tótems o altares, edificando monumentos a los gobernantes, construyendo cadalsos, o en la actualidad, elaborando narrativas laudatorias del poderoso en turno; o sea, erigiendo templos mediáticos para el culto a la personalidad del amo en turno.
Si el poder dice que los esclavos, los vasallos o los ciudadanos deben ser felices a pesar de vivir ahogados en sangre, miseria y dolor, la orden debe obedecerse, si no se les acusa de traición, de apátridas, desadaptados, quinta columnistas, se les encarcela, se les difama o se les aísla. Se apela al imperativo de que la realidad debe verse solo con los ojos del poder. El ciudadano debe decir "soy feliz y el amo así lo dice". Lo más increíble es que el esclavo en verdad cree que es feliz.
Pero ¿cómo darse cuenta de que el ciudadano está atrapado en esta penosa condición? Es muy sencillo, aplíquese usted esta máxima de Michael Foucault: "Si sigues las reglas del juego sin cuestionarlas, entonces no es tu juego, es el de ellos".
La disputa por las miradas diversas de la realidad en la época contemporánea es una tarea difícil de realizar. El espíritu de nuestro tiempo dominado por la banalidad, el facilismo y la superficialidad del diálogo público, dominado por medios visuales instantáneos, facilitan la tarea del poder para imponer visiones únicas, acríticas y para perpetuar en el poder a tiranos como Putin, Erdogan, Orbán, Maduro, Canel, Bukele, o gobernantes infames como Netanyahu o Trump.
Es tan eficaz que ese ente llamado opinión pública, puede demoler sus propias instituciones o sepultar derechos históricos, convencido de que al hacerlo está revolucionando su tiempo, aunque esté abatiendo sus propias libertades para regocijo de su amo.
La batalla por la legitimidad de las visiones plurales de la realidad, que es esencial a la democracia y a la constitución de poderes con alternancia, se viene debilitando en México a pasos apresurados. El síndrome de "Rebelión en la Granja" de George Orwel lo estamos viviendo con guion exacto. Existe un ánimo hacia la unicidad que pone en riesgo la ya de por sí debilitada gobernabilidad fracturada por el control territorial del narco.
Siendo más precisos, estamos caminando hacia una restauración de las prácticas de partido de estado de la década de los 70, casi con los mismos componentes de entonces: corporativismo de organizaciones sociales, clientelismo superlativo con los programas asistenciales, mayorías artificiales, criminalización de las oposiciones, persecución y asesinato de periodistas, legislaciones para borrar contrapesos, acotar la transparencia de las funciones públicas, eliminar la ciudadanización en las instituciones de gobierno, regresar el INE al poder ejecutivo, militarización de la vida pública, encubrimiento de la corrupción y de la ineficacia.
Esta realidad, sin embargo, ha sido lavada de manera muy eficaz, con una propaganda que articula exitosamente todos los medios del poder para mostrarla como irrelevante y como el medio que justifica un gran fin, el fin de una transformación ideológica, mesiánica.
La ideología busca siempre la apropiación interesada de la realidad. Y así ocurre hasta que las contradicciones estallan y tumban la máscara del cuento donde todos creían ser felices y todos creían perseguir el paraíso.
La primera lección de ciudadanía preventiva que todos deberíamos comprender es que el poder pudre al hombre y convierte en tierra estéril el ideal más sublime. Por eso debe contenérsele, impugnársele y reponérsele de manera constante.
La realidad, dura y franca, desideologizada, debe ser para todo ciudadano el referente obligado para revisar y cuestionar al poder presente y actuante. El pasado se analiza con la historia, el futuro con la ficción.
Por eso, más realidad, menos ideología. Solo una sociedad muerta no motiva la discordancia. Ahí donde al poder no se le confronta con la realidad no hay ciudadanía hay vasallaje.