"Era más fácil ir a la Luna que entrar en Studio 54", dijo Truman Capote refiriéndose al famoso teatro de Broadway.
No bastaba con ser famoso. Había que formar parte de la élite de la élite. Le Freak, uno de los sencillos más vendidos de finales de los años 1970, habló de los integrantes de la banda Chic a quienes no se permitía entrar en el local. Aun así, un famoso era "el vip de los vips", según su copropietario, Steve Rubell.
No era Cher, Salvador Dalí, Michael Jackson, Mick Jagger, Elton John, Tom Jones, Calvin Klein, Liza Minnelli, Olivia Newton-John, Al Pacino, Diana Ross, Sylvester Stallone, Rod Stewart, Elizabeth Taylor, Tina Turner, John Travolta , Andy Warhol, Stevie Wonder ni ninguna de las demás grandísimas estrellas que tanto frecuentaban el club nocturno más famoso de la historia...
Se trató de un hombre que, en su infancia, no había podido permitirse comprar zapatos ni trajes, ni mucho menos las chaquetas a medida de solapa ancha y los pantalones acampanados que causaban sensación en el año en que Fiebre del sábado noche hizo furor en la gran pantalla.
"Todo el mundo quería darle la mano y sacarse una foto con él como fuera", afirmó Jagger. "Decir que uno había ido de fiesta con Pelé era el mayor honor que había".
Que un futbolista se hubiera convertido en la estrella de las estrellas en un país en el que su arte estaba proscrito apenas unos años antes era algo inimaginable. Desde mediados del siglo XIX la popularización del fútbol se había topado con el muro de otro deporte de masas, el béisbol, cuyos jonrones eclipsaban a los goles.
"En Europa, como en Sudamérica, enloquecen con este juego", escribió Prescott Sullivan en el San Francisco Examiner en 1968. "Recemos para que aquí no pase". Otro periodista dijo: "El fútbol no es más que un juego de comunistas y mariquitas".
El comisionado de la North American Soccer League, Phil Woosnam, que había competido en la selección galesa junto a John Charles, y Clive Toye, experiodista inglés y director general del New York Cosmos, eran conscientes de que para poner fin a esa lógica y dar inicio a un sueño que se antojaba probablemente inalcanzable haría falta un ser supremo.
Y sin duda nadie más que Pelé lo era. En 1970, fue elegido no solo el deportista más famoso del planeta, sino también la persona más famosa, por delante de John Lennon, el papa Pablo VI, Paul McCartney, Muhammad Ali, Paul Newman, la reina Isabel II, Neil Armstrong, Elvis Pressley, Clint Eastwood, Elizabeth Taylor, John Wayne y Barbra Streisand.
Pelé, además, eclipsaba la mera mortalidad. Era una marca, la segunda mayor del mundo, según un estudio hecho unos años más tarde. Este hombre de 173 centímetros de estatura era, increíblemente, más grande que los gigantes del petróleo y el gas, los bancos, los fabricantes automovilísticos, las líneas aéreas, los titanes de las telecomunicaciones y cualquier otra cosa que no fuera Coca-Cola.
Lograr seducir a Pelé parecía algo imposible. Había sido declarado tesoro nacional no exportable y, cuando tuvo la primera noticia del interés del Cosmos, en 1971, su primera reacción fue decir "díganles que están locos".
Sin embargo, la apuesta de Toye por hacerse con los servicios de Pelé era decidida e implacable, como el FBI a la hora de atrapar a sus criminales más buscados.
Lo bombardeaba con mensajes de télex. Cuando Pelé jugó un partido de exhibición, allí apareció Toye. Desde Kingston (Jamaica) hasta Bruselas (Bélgica). Acabó teniendo reuniones con él en São Paulo, Roma y Nueva York.
Al final, Toye consiguió que Pelé pusiese su firma a un compromiso en un papel en la habitación de un motel. Una llamada telefónica a O Rei de Henry Kissinger, asesor de seguridad nacional de Estados Unidos y apasionado por el fútbol, selló el acuerdo.
El periódico Rochester Times-Union lo ridiculizó como un truco publicitario: "Hay las mismas posibilidades de ver a Moshé Dayán pilotando un MIG de la fuerza aérea egipcia".
Pero el 9 de junio de 1975, en el Princess Hotel de Hamilton (Bermudas), Pelé sería presentado como jugador del New York Cosmos, en lo que The Guardian describió como "el fichaje maestro del siglo".
Su debut estaba programado para seis días más tarde, con motivo de un partido amistoso frente al Dallas Tornado en Randall's Island, en Manhattan.