Políticas de odio.Julio Santoyo, 17/09/2025
Morelia, Mich.
La promoción del odio político ha sido a lo largo de la historia uno de los medios más eficaces que suelen utilizar los políticos para darle fuerza a sus narrativas y para lograr la colaboración irracional de las masas.
Convencer con la sola racionalidad resulta tardado en los efectos y obliga a una actitud crítica de los seguidores que pueden terminar cuestionando a ese tipo de políticos.
Entre la razón y las emociones la mayoría de los políticos terminan optando por las emociones. Mientras la razón tarda un largo tiempo en encontrar acomodo y consistencia en la cabeza del ciudadano la emoción logra su propósito de manera inmediata, casi instantánea.
Pero, sin lugar a duda, el odio es campeón entre todas las emociones que se puedan pensar. Basta construir la imagen de un enemigo al que se le adjudiquen, reales o inventadas, las peores atrocidades para incendiar los instintos que subyacen en las personas.
Una vez identificado el enemigo el llamado a derrocarle, destruirle, eliminarle siempre encontrará gente desinformada dispuesta al ataque, encontrará multitud de seguidores que estarán convencidos que de esa manera salvan su tribu, su patria, sus valores, su economía, su familia, su religión, y más.
En los tiempos modernos en los que han entrado en crisis los llamados metarelatos, o sea, las grandes utopías racionales que se ofrecieron a la humanidad desde hace varios siglos, porque todas han demostrado su inviabilidad y su fracaso como los paraísos que pretendieron ser, se han abierto las oportunidades para la demagogia y los populismos.
En este terreno han prosperado con mayor fuerza los políticos que, dejando de lado los metarelatos fracasados, han adoptado los esquemas más simples para motivar el arrastre social. El maniqueísmo político, ese arte de reducir toda la realidad social a una dicotomía entre lo bueno y lo malo, se ha impuesto como credo entre un gran número de mandatarios del mundo.
El simplismo del maniqueísmo les permite a las élites que desean hacerse del poder, pero sobre todo a las que ya lo tienen y que lo quieren conservar, acceder a las personas a través del odio.
A los Goebbels de la modernidad les basta alimentar diariamente con dosis constantes de odio a sus bases sociales para mantener una tensión suficiente para que los problemas reales queden echados a un segundo plano y para que se justifiquen los medios para acceder al poder y mantenerlo, para que la incompetencia y perversidad aparezcan como normales.
La política del odio termina destruyendo a las sociedades y a sus instituciones. Primero buscan eliminar al enemigo inventado de enfrente, al otro, y después siguen con los enemigos internos. El odio siempre va de la mano con el totalitarismo ya sea encubierto o abierto.
El odio, como práctica política, prospera con inusitada rapidez en las sociedades que han ido perdiendo los valores democráticos. Cuando conceptos y prácticas como el diálogo, el consenso, la tolerancia, la aceptación de la diferencia, la aceptación de otras verdades, la pérdida de la pluralidad y la eliminación de la representatividad, aparecen como síntomas es porque el odio ha hecho su trabajo.
El odio como ejercicio político se encarna en la medida en que la cuestión de la verdad ha sido tomada por asalto por la elite gobernante y se asume como dueña de la verdad absoluta. El odio y la verdad juegan en equipos rivales. El odio no tolerará jamás a la verdad mientras no se le subordine y la verdad siempre tratará de desenmascarar el primitivismo y la falsedad del odio.
Las políticas de odio no son exclusivas de un solo color del amplio espectro de las ideologías, todas lo practican en alguna medida. Incluso las más generosas llevan en sus entrañas el germen del odio que espera la oportunidad (del ejercicio del poder) para brotar con fuerza.
Los populismo que estamos viviendo de derechas, izquierdas y más, están recurriendo con urgencia a modelos maniqueístas soportados en la falsa idea de solo hay buenos (ellos) y malos (todos los demás) porque no tienen una propuesta coherente, consistente, que trascienda el inmediatismo de sus programas.
La polarización de las sociedades, si bien en lo inmediato ofrece algunas ventajas inmediatas para el control político, a la larga termina profundizando las fracturas sociales y alimentando la violencia política.
El fenómeno del odio político global solo puede ser atajado con el fortalecimiento de las prácticas democráticas, en donde todas las verdades tengan derecho de expresarse y dialogarse y en donde todos tengan garantizada la representación.