Regreso al régimen de uno soloJulio Santoyo, 22/06/2025
Morelia, Mich.
Cuando en los años 70 del siglo pasado se quería hablar de democracia desde la izquierda (era variadísima) siempre se topaba con un problema: el color ideológico con el que se quería mirar.
Para entonces la democracia se asumía como una vía tímidamente cierta para acceder al poder por la vía pacífica. Se veían en la democracia los valores y la práctica que se necesitaban para acotar y echar del poder al partido que durante décadas había construido un sistema semicerrado, con perfil autoritario, centralista, corporativo y habilísimo para el engaño electoral.
La década de los 90, también del siglo pasado, representó la primavera en la que florecieron iniciativas que buscaron hacer valer las libertades ciudadanas y ensayar el camino hacia la democracia. Se buscó, y hasta cierto punto se logró, acotar al poder de un solo partido para derivar en la primera alternancia. Para entonces se pensó que la democracia en una de sus expresiones, la alternancia, había llegado para quedarse.
Para los inicios de este siglo ya era claro que las fuerzas alternantes, derechas e izquierdas, ya en contacto con el ejercicio del poder, replicaban los vicios que el viejo partido gobernante había alimentado durante muchas décadas. A los viejos instrumentos como el corporativismo y el clientelismo los partidos alternantes y alternados le sumaron la partidocracia, un método eficaz para elitizar el acceso al poder y para cancelar y excluir la participación ciudadana.
De las fuerzas alternantes la que menos asimiló los valores y las convicciones democráticas fue la izquierda. La democracia la utilizó más como bandera propagandística que como práctica para construir una nueva cultura política en un país donde su ejercicio era una simulación.
El desprecio por la ciudadanía, que supuso el abandono de los procesos de educación cívica bajo los valores de libertad e independencia que se habían promovido en esa década, derivó, como era natural, en una práctica del poder distante de los electores.
A los partidos alternativos de entonces, ya desvinculados de su electorado, el poder y sus mieles tóxicas los enfermaron y terminaron pudriendo. La democracia como bandera propagandística quedó desacreditada y el proyecto de una ciudadanía activa y participativa quedó sepultado bajo otro modelo más sencillo y emocional: el mesianismo populista y clientelar, que no es otra cosa que la evolución del autoritarismo histórico que nos ha dominado culturalmente.
El florecimiento democrático que prometía tanto para México se marchitó con rapidez, no tuvo tiempo de crear instituciones sólidas, marcos jurídicos firmes y una cultura irreversible. Pesó más la tradición autócrata y autoritaria, muy abundante en la historia de nuestro país. Por esta razón los promotores del tribalismo, de la verdad única y del control absoluto del poder, han sido tan exitosos; les bastó con fertilizar las raíces aún vivas de la vieja cultura.
El sueño de una república efectivamente democrática estaba sostenido en pilares de polvo. Sucumbió ante el arrebato voluntarioso de esa entidad llamada poder, un poder que los alternantes no quisieron domar y subordinar en aras de la ciudadanía.
La alternancia democrática no logró la victoria cultural sobre el autoritarismo. Los viejos valores de la cultura autoritaria siguieron vivos y volvieron a florecer, ahora de la mano de quienes en el pasado habían sido sus más severos críticos.
Eso es lo que pasó con la transición democrática mexicana. Inició como utopía, buscando una república de ciudadanos libres y participantes y terminó erigiendo una autocracia apoyada por súbditos y clientes antes que por ciudadanos a los que se desechó en aras de una partidocracia egoísta.
La falla de la "izquierda" hoy gobernante proviene de los años 70, desde cuando se creía que la democracia debía tener por fuerza un color y una ideología. Al final sólo se construyó con retazos una ideología que terminó negando los valores de la democracia. La ideologización sepultó a la democracia.
Esta disociación entre ideologización y democracia es evidente entre muchos de los viejos líderes de la izquierda para quienes el actual proceso autocrático de concentración del poder, la activación ominosa del Maximato, de militarización, de nepotismo rampante y la exclusión de lo ciudadano, es visto con naturalidad y sin pudor toda vez que los retazos estalinistas, nacionalistas y mesiánicos justifican el "nuevo" orden "transformador".
Los alternantes, en realidad, no buscaban la democracia, buscaban el poder por el poder mismo. Así que el resultado no es sorprendente. Ahora que tienen el poder solo se mueven por el aliento de esa bestia que les quema la nuca y les exige ir por todo, porque el poder por naturaleza es insaciable, siempre busca la totalidad y su límite lo encuentra en las crisis que aquejan a los entes monolíticos, que siempre se autodestruyen, no sin antes destruir a las sociedades que padecen la enfermedad.
Han ido incluso más allá de la sentencia de que "nada fuera del partido, todo dentro del partido", en su lugar su proclama cierta es "nada fuera del mesías, nada contra el mesías, todo en él y por él". Por eso han sacado de su vocabulario ―o van contra ellas― palabras como ciudadanía, pluralidad, proporcionalidad, consenso, transparencia, rendición de cuentas, eficacia, tolerancia, libertad de expresión, realidad, autocrítica, es decir, están sacado al otro, al que no busca pertenecer a su tribu.