
JUN 302012 En la región de la Meseta Purhépecha, se acostumbra que las parejas se casen a muy temprana edad, y éste era el caso de nuestros protagonistas; una jovencita que había contraído nupcias cuando apenas tenía 14 años de edad y era ya madre de un niño que tenía tres años de edad cuando ella apenas había llegado a la mayoría de edad y fue asesinada de un certero balazo en la cabeza por su alcoholizado esposo, de 20 años, luego de que tomó un rifle Winchester y lo accionó ?dice- accidentalmente, ignoraba que el maldito estaba cargado. Ahora enfrenta una sentencia de 20 años de prisión. El joven matrimonio indígena, originario del corazón de la Meseta, de la comunidad de Quinceo, perteneciente al municipio de Paracho, se habían alquilados como rancheros para cuidar una huerta de aguacate cerca del poblado de Tiamba, a unos diez kilómetros al norte de Uruapan; la falta de oportunidades y la necesidad, los obligó a emigrar para poder sobrevivir. Norberto trabajaba como carpintero pero no le alcanzaba lo que ganaba. Quinceo es un pintoresco pueblito, en la parte alta de la Meseta, sobre la carretera estatal Cherán-Nahuatzen, característico por su artesanía de madera labrada, donde conservan su cultura y su tradición musical; pero la falta de empleos ha ocasionado la migración de sus jóvenes en busca de mejores oportunidades, muchos de ellos hacia los Estados Unidos de Norteamérica. A su regreso, ya no es igual, la transculturización los ha hecho cambiar, ahora ya visten Levis y Nike, traen su ipod que escuchan con audífonos que siempre llevan pegados al oído. Norberto Alejandre González, un joven de 20 años y su esposa Ma. Natividad Jiménez Campos, de 18 años, así como su hijo Brayan Norberto, de solamente tres años de edad, eran los encargados de cuidar una huerta de aguacate "San Gabriel", al oriente de Tiamba, en donde permanecían toda la semana y solamente los domingos tenían oportunidad de visitar a sus respectivas familias. Así ocurrió aquel fatídico 27 de febrero de 2010. Por la mañana llegaron a su lugar de origen, Quinceo, estuvieron con los padres de uno y otro, fueron de compras a eso del mediodía para abastecerse de alimentos y lo que se requiriera para la semana, así lo hacían cada ocho días; Norberto se había comprado un seis de modelos y empezó a tomar mientras se despedían y saludaban a sus amigos y conocidos que encontraban en la plaza e intercambiaban algunas palabras. A eso de las tres de la tarde regresaron a casa de los padres de Norberto, en donde comieron, mientras él seguía ingiriendo cerveza. Ya como a las cuatro de la tarde, fueron a visitar a los padres de Ma. Natividad, el señor Salvador Jiménez Alejandre y su esposa Rosario Campos Vargas, donde se despidieron sin saber ni adivinar que sería la última vez que la verían con vida. Y para el camino, otro seis de cerveza, dijo Norberto ya que aproximadamente a las seis de la tarde abordaron un taxi que los llevó a los tres y la despensa, hacia la huerta donde vivían y cuidaban; dormían en un pequeño cuarto de madera, sus muebles eran una cama, un ropero y una silla. Mientras ella descansaba sentada a la orilla de la cama y cuidando de reojo a su hijo Brayan que jugaba con un carrito en el piso, Norberto había seguido tomando más cerveza, total, ya estaban en el rancho, qué podía pasar. Nada. Su esposa ya no le decía nada porque se emborrachaba, anteriormente cuando lo hizo, fue agredida verbal y físicamente en varias ocasiones, situación que incluso llegó a grado tal que lo había dejado y se fue con sus padres, allá en la sierra, en Quinceo, pues. Pasaban algunos días y de nuevo se reconciliaban y seguían juntos con el hijo de ambos. Ese domingo 27, Norberto ya andaba más que embrutecido por el alcohol, sus movimientos eran torpes, se tambaleaba al caminar y el habla no lograba articularla de manera normal; serían las nueve de la noche cuando fue tentado por el Diablo, con la vista media borrosa, se encaminó a un costado del ropero, levantó lentamente el brazo derecho para alcanzar y tomar un rifle calibre 22, un Winchester que su patrón le había dejado en el rancho para que lo cuidara. Lo tomó en sus manos, giró en dirección a donde estaba sentada su joven esposa, levantó el cañón del arma y eso se escuchó una estruendosa detonación. Después siguió un silencio sepulcral; el humo y el olor a pólvora quedó flotando en el vacío de aquella pequeña habitación; el niño que jugaba con su carrito quedó asustado, no atinaba adivinar lo ocurrido. La mujer, se desplomó sin vida hacia atrás, un balazo prácticamente le había atravesado el cráneo. A pesar de que Norberto trató de auxiliarla ?según confesaría durante el interrogatorio-, ya nada podía hacer, su joven esposa había pasado a mejor vida; un hilo de sangre salía de la altura de la oreja izquierda, como si por ahí se le escapara la vida. La dejó recostada, inerte, como que apenas trataba de reaccionar, de poner en orden todo, hasta la borrachera se le había cortado. Volteó hacia un rincón del cuarto y vio a su pequeño hijo que estaba estupefacto, inmóvil, sin dar crédito a lo que ocurría, había observado lo ocurrido pero en realidad no sabía qué pasaba, su corta edad se lo impedía, sin embargo, había sido testigo presencial del asesinato de su madre, de que su padre se había convertido en asesino y que él, había quedado huérfano de madre. Norberto lo tomó en sus brazos, lo apretó contra su pecho, salió del ranchito y escondió el rifle detrás de un pino, luego con su hijo, abandonaron el lugar, tras salir a la carretera y tomar un taxi, llegaron a Quinceo, a casa de sus padres, quienes le preguntaron qué había ocurrido, iba pálido, asustado, con lágrimas en los ojos; su hijo que apenas pronunciaba algunas palabras, también no dejaba de llorar. Confesó que había matado a su esposa de un balazo, pero que había sido accidental. Finalmente, poco antes de la media noche, fue convencido que era mejor se entregara a la policía y pagara su culpa; de darse a la fuga, sería de por vida que tendría que esconderse, andar a salto de mata para evadir la acción de la justicia. Llamaron a las autoridades de Quinceo para notificar el hecho y más tarde llegaría la Policía Municipal de Paracho. El agente quinto del Ministerio Público realizó el levantamiento del cuerpo e inició las investigaciones del caso. Norberto Alejandre se declaró culpable, fue consignado al juzgado segundo en materia penal, quien le integró el proceso número 34/2010, por el delito de homicidio en agravio de Ma. Natividad Jiménez Campos, quien recientemente lo ha sentenciado en primera instancia a purgar una condena de 20 años de prisión, sin derecho a la libertad bajo caución. |