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Ahora sí, mataron a "El Chayo"

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MAR
09
2014
STAFF IM Noticias Apatzingán, Mich. Nazario Moreno González, alias El Chayo, originario de la ranchería Guanajuatillo, perteneciente a la tenencia El Alcalde, en esta región terracalenteña, quien fuera el máximo líder del grupo delincuencial Los Caballeros Templarios, cayó abatido a tiros durante un enfrentamiento a balazos que sostuvo con efectivos de la Secretaría de la Marina Armada de México y de la Secretaría de la Defensa Nacional, en la sierra de Tumbiscatío.

Lo anterior ha sido confirmado en rueda de prensa, por el General Brigadier del Estado Mayor, Martín Terrones Calvario, vocero de la Semar, en la capital del país, quien agregó, "El 10 de diciembre del año 2010, que en un enfrentamiento registrado un día anterior entre elementos de la Policía Federal y un grupo delincuencial que opera en Michoacán, había sido abatido Nazario Moreno González, y se argumentó que su cuerpo fue recogido por integrantes del grupo delictivo, por lo que no existieron evidencias de dicho fallecimiento".

El funcionario también reveló, "A partir de la presencia de fuerzas federales en Michoacán, como producto del acuerdo para el apoyo federal a la seguridad en el estado, el Comisionado Alfredo casillo así como otros servidores públicos de la dependencia, recibieron constantes reportes tanto de la ciudadanía como de autoridades locales y denuncias anónimas que indicaban que Nazario Moreno no sólo seguía vivo sino que continuaba operando al frente del grupo delincuencial en tareas de extorsión, secuestro y delitos contra la salud, entre otras actividades ilícitas".

De la misma manera, el vocero apuntó que El Chayo era conocido por su peligrosidad, se le señalaba de múltiples homicidios y tareas de adoctrinamiento del grupo delincuencial que encabezaba, por lo que, con base a dicha información, las diferentes áreas de investigación corroboraron y confirmaron que efectivamente seguía vivo y por ello se diseñó una estrategia para su captura y, durante las primeras horas del día de hoy en el municipio de Tumbiscatío, la SEDENA y la SEMAR ubicaron a Nazario Moreno pero éste agredió a las fuerzas federales y éstas repelieron la agresión dándole muerte.

Mientras tanto, en esta región ha trascendido que para su plena identificación se llevaron a cabo exhaustivas pruebas periciales, con equipo sofisticado, conociéndose que El Chayo o El más Loco, tiene una placa en la cabeza producto de una fractura, así como una cicatriz en la barbilla.

La tierra del narco

Desde hacía muchos años en Michoacán no había paz.

Sus pobladores parecían condenados a vivir entre balas, ejecuciones y cadáveres decapitados o mutilados.

Sus bellos paisajes se han opacado. Hoy el panorama que domina es otro.

La guerra que los cárteles de la droga han desbordado por todo México, hace epicentro en esta entidad de 113 municipios y 4 millones 400 mil habitantes, ubicada en el Occidente del País, junto al mar del Océano Pacífico.

Es la tierra desde donde se gestó la conspiración que terminó con la Independencia de México, hace ya 200 años.

Es la tierra donde nació uno de los políticos más encumbrados que ha dado este País: el General Lázaro Cárdenas del Río, Presidente de la República de 1936 a 1942 y cuyo nombre se replica en las escuelas, plazas y edificios públicos por todos los rincones del territorio nacional.

Es la tierra de la cultura purépecha, una de las razas más aguerridas de la época prehispánica antes de la Conquista. Las ruinas de aquella sociedad ancestral, aún subyacen en algunos pueblos como Tzintzuntzan o Tingambato.

Es la cuna del Generalísimo José María Morelos, el mayor héroe de la Independencia de México después del cura Miguel Hidalgo.

Sendas batallas fueron marcando el carácter de este pueblo a lo largo de su historia, pero tal vez ninguna con la crueldad y terror con que se vivía.

Cuerpos cercenados, decapitados o colgados en puentes, eran parte ya del paisaje en muchas localidades del Estado.

La mafia no solamente se ensañaba y aterrorizaba, sino que además dejaba sello a su obra: marcan los cuerpos de sus víctimas o dejan mensajes dirigidos a organizaciones rivales, a capos enemigos.

Uno de esos ataques ocurrió el 6 de septiembre de 2006, en un bar de Uruapan, la segunda urbe más grande en Michoacán, después de la capital Morelia.

Mientras la música divertía a los clientes del bar Luz y Sombra, un comando armado aparcó sus camionetas en la calle y enseguida descendieron varios hombres portando fusiles de alto poder y bolsas de plástico negras.

Ya sobre la pista de baile, rompieron con navajas los plásticos y rodaron cinco cabezas sobre el suelo.

Esa fue la presentación de La Familia Michoacana, el grupo delictivo dominante desde entonces en el territorio estatal y cuyos integrantes eran aleccionados no solamente en el uso de las armas, la autodefensa, la ejecución y el combate con grupos rivales, sino también en ideología religiosa y moral.

Bajo su lógica, la existencia de una organización criminal así era necesaria para impedir la entrada de cárteles enemigos.

Desde entonces la guerra no cesaba, no daba tregua.

En siete años anteriores a los actuales gobiernos estatal y federal, el saldo de esta pugna rondaba las 3 mil muertes, incluyendo la de jefes de la mafia, autoridades, políticos, mandos policiacos, elementos del Ejército y población civil.

La violencia que era incontenible provocó que en diciembre del 2006 el entonces Presidente Felipe Calderón Hinojosa lanzara aquí la Operación Conjunta, mediante la cual se declaraba la guerra al crimen organizado y a los cárteles de la droga, y que poco a poco se fue extendiendo a otros lugares del territorio nacional.

En Michoacán, el objetivo de esa ofensiva ?que implicó el despliegue de 5 mil efectivos militares y policiacos- era detener a 300 integrantes de esas organizaciones criminales y tomar el control de sus zonas de refugio.

Pero la operación falló.

Después de siete años la violencia no se había ido de Michoacán y los cárteles de la droga tampoco. Solamente mutaron. La Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios seguían en su lucha por contener la incursión de grupos rivales, que se habían multiplicado o aliado para esta batalla.

De acuerdo al sexto Informe de Gobierno de Calderón, después de seis años de operaciones en Michoacán solo se detuvo a cinco de las cabezas del principal grupo delictivo que subsiste en la entidad: Sergio Carriedo Hernández, "El Rayo"; Javier Beltrán Arco, "El Chivo"; José de Jesús Méndez Vargas, "El Chango Méndez"; Arnoldo Rueda Medina, "La Minsa", y Rafael Cedeño Hernández, "El Cede".

Ese reporte presidencial no confirma la muerte de Nazario Moreno, "El Chayo", a quien el mismo Gobierno calderonista dio por abatido en diciembre de 2010, tras un largo enfrentamiento en el Municipio de Apatzingán.

El diario Reforma, uno de los principales periódicos del País, publicó un análisis en el que da otros datos sobre esa fallida guerra.

En las cuatro fases de esa operación, reveló, cayeron abatidos 197 presuntos criminales en más de 120 enfrentamientos urbanos y rurales.

En esas incursiones, según la misma fuente de consulta, el Ejército sufrió 31 bajas, más de un centenar de heridos y cinco desaparecidos. La Policía Federal, el cuerpo policiaco élite en México, perdió a 40 elementos y la Marina a tres.

En medio de esa guerra, la capital Morelia fue escenario del primer atentado de tipo terrorista en México.

El ataque ocurrió cuando miles de personas se congregaban en el centro de la ciudad para conmemorar un aniversario más de la Independencia mexicana y dos granadas explosivas estallaron entre la multitud.

Era 15 de septiembre de 2008.

Una de las granadas explotó sobre la plaza Melchor Ocampo, a sólo unos metros del Palacio donde el entonces Gobernador Leonel Godoy, emanado de la izquierda, daba el tradicional Grito de Independencia.

El estallido dejó un escenario de horror, digno de un campo de guerra.

La sangre, las heridas y las mutilaciones se mezclaban con los gritos de dolor y el lamento de la agonía.

Segundos después vino la segunda explosión, a tres calles de distancia, también contra civiles que se dirigían al festejo sin saber que aquello era ya un infierno.

El recuento gubernamental fue de ocho civiles muertos, entre ellos un niño de 13 años, y más de un centenar de heridos, incluida una decena que sufrió amputaciones o pérdida de algún sentido.

En una investigación poco convincente, el Gobierno mexicano atribuyó el atentado a la organización criminal conocida como Los Zetas, un escuadrón fundado por ex militares para dar protección al Cártel del Golfo y que después se independizó.

Pero esta guerra no nació ni se recrudeció en el periodo calderonista. Sus raíces se remontan a finales de la década de los 90.

Entonces en Michoacán se había asentado una organización criminal liderada por Luis y Armando Valencia, conocida como el Cártel de Los Valencia, que controlaba el trasiego de droga ?cuando la mariguana y la naciente producción de drogas sintéticas fluían sin problemas hacia los Estados Unidos.

A ese cártel las autoridades atribuían el traslado de enervantes en grandes cantidades, desde Centroamérica hasta el sur y centro de Estados Unidos, vía las aguas del Océano Pacífico.

Así fue hasta que un operativo internacional, coordinado desde el Pentágono, dio un golpe letal a esta organización. La detención de varios de sus integrantes debilitó su redes y, una serie de traiciones internas después, le dieron el tiro de gracia.

El mercado fue tomado entonces por poderosos cárteles provenientes del norte del País y de estados vecinos como Jalisco.

La actividad del narco retomó su auge hasta que en 2002, una matanza atrajo de nuevo la atención de las autoridades federales: nueve hombres fueron encontrados ejecutados y apilados en un rancho del Municipio de Aquila, en la zona costera que utilizaban los traficantes para descargar, a bordo de lanchas rápidas, las cargas de enervantes.

El Gobierno de Michoacán reveló que una carga incompleta de droga, fue lo que provocó la masacre. Se trató pues, de un ajuste de cuentas.

La penetración de estos cárteles comenzó a expandirse por todo el Estado. De concentrarse en Apatzingán, Uruapan, Lázaro Cárdenas y otras regiones, trasladaron sus operaciones a la misma capital Morelia.

Su presentación en la ciudad más importante del Estado la hicieron ese mismo año de 2002, con un tiroteo en plena zona comercial de la Ciudad, que dejó al menos dos muertos.

En 2005, cuando el entonces Gobernador Lázaro Cárdenas Batel ?nieto del legendario ex Presidente Lázaro Cárdenas ? intentó hacer frente a este problema, los narcos lo aplacaron con un golpe mortal: le ejecutaron a su director de Seguridad Pública.

La ejecución fue espectacular y en público, al estilo del narcotráfico cuando pretende dejar claro el mensaje de su poderío.

Mario Zarazúa Ortega no solamente era el jefe de la Policía, sino amigo personal del Gobernador y el hombre que ayudó, con su estrategia multimedia, a llevar al Partido de la Revolución Democrática a ganar el poder tras más de 70 años de gobiernos del PRI.

Los sicarios llegaron hasta él un 15 de septiembre de aquél 2005, cuando comía en el famoso restaurante Las Trojes, y lo acribillaron frente a su esposa y otros comensales con los que departía la víctima con motivo de su onomástico.

Abatido anímicamente por la pérdida, Cárdenas Batel terminó replegándose ante el avance del narcotráfico.

Un año después, al ganar Felipe Calderón la Presidencia de la República, el nieto del General Cárdenas pidió auxilio.

Enseguida se activó la Operación Conjunta, aquella que por seis años regó la violencia en varias regiones del Estado, sin lograr el objetivo de acabar con los criminales.

En febrero de 2013, el asedio y fortalecimiento del narcotráfico terminó por asfixiar a la región de Apatzingán, su histórico centro de operaciones.

La población civil comenzó a rebelarse y levantarse en armas.

Cansados, dicen, del cobro de cuotas y extorsiones del crimen organizado, así como de las ejecuciones, los civiles terminaron conformando sus propios escuadrones armados, a los que nombraron Grupos de Autodefensa o Policía Comunitaria.

La presencia de estas guardias blancas se expandió por Buenavista Tomatlán, Tepalcatepec y Coalcomán en menos de tres meses.

Ese fenómeno abrió otro frente de batalla en esta guerra que parece interminable.

El 10 de abril, un grupo de limoneros que apoyan a los grupos de autodefensa fueron emboscados en Apatzingán, luego de asistir a una reunión donde pidieron ayuda al entonces Secretario de Gobierno del Estado, Jesús Reyna.

El ataque dejó una decena de civiles muertos y al menos cinco más heridos, todos abatidos con ráfagas de armas de alto poder.

El 14 de mayo, los gatilleros al servicio del crimen organizado dieron otra muestra de su poder y señorío: ejecutaron a dos habitantes de La Ruana, pueblo donde se gestaron los grupos de autodefensa, y colgó sus cuerpos en el arco que da la bienvenida a la comunidad de El Limón.

Esa escalada de violencia provocó un nuevo operativo del Gobierno mexicano.

El 19 de mayo de 2013 inició la nueva incursión militar y policiaca en la zona más álgida del conflicto, pero sin lograr desarmar a la población civil ni lesionar la estructura de los grupos criminales, que nuevamente sólo se replegaron, como en 2006.

Y al igual que siete años atrás, el Gobierno mexicano prometió tomar el control y recuperar los espacios perdidos ante el narcotráfico, con la diferencia de que ahora sí, Peña Nieto en forma coordinada con el mandatario michoacano, Fausto Vallejo Figueroa, Gobernador del Estado, está cumpliendo, no así en su momento, Felipe Calderón Hinojosa.


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