| AGO 132024 Corría el año de 1941, Europa vivía la pesadilla nazi, la orgullosa Francia había sido derrotada tras solo 4 semanas de enfrentamiento con la maquinaria bélica germana, Inglaterra soportaba noche tras noche el bombardeo de la Luftwaffe; Londres ardía, Coventry era una ciudad en ruinas. En el oriente Japón, aliado de Alemania y de la Italia fascista invadía el sudeste asiático. Pero el continente americano no estaba involucrado. Los Estados Unidos permanecían neutrales. El 7 de diciembre de 1941, sin mediar declaración de guerra, Japón ataca la base de Pearl Harbor, Hawai hundiendo 18 buques y causando 4.000 bajas. La poderosa Flota Norteamericana del Pacifico dejó de existir en escasas dos horas. Al día siguiente el Presidente Roosevelt, declaraba la guerra al Japón. Inicia entonces la guerra del Pacífico, y a la altura del verano de 1944, ya estaba en condiciones de ser ganada por los aliados. La superioridad en aviación de los japoneses había desaparecido después de la batalla en el mar de Filipinas. En octubre de 1944 los norteamericanos desembarcan en Leyte, pero fue necesaria una larga guerra de trincheras y no pudieron instalar campos de aviación útiles para llegar hasta Japón debido a la orografía de la isla. En enero de 1945, se produjo el desembarco en Luzón seguido por el ataque a Manila. La barbarie de los defensores japoneses produjo un elevado número de muertos entre la población civil y también entre los norteamericanos, hasta el punto que el caso de la capital filipina puede compararse con el de Varsovia en cuanto a grado de destrucción. Mucho más decisiva para el avance de los aliados fue la toma de Iwo Jima, un islote a medio camino entre las Marianas y Japón que tuvo utilidad como base aérea de bombardeo, imposible de realizar desde las Filipinas. Pero en Iwo Jima, los norteamericanos comprobaron cómo la cercanía al Japón endurecía los combates de un modo espectacular. Los norteamericanos tuvieron 7.000 muertos, mientras que de la guarnición japonesa, unos 20.000 soldados, apenas si sobrevivieron unos 200. Para esa fecha era muy claro que Japón no podría jamás vencer a los Estados Unidos pero en sus fríos cálculos la camarilla militarista que dominaba el Japón consideraba que podría vender su derrota a precio muy alto. Sacaban sus cuentas, la invasión de las islas niponas de ninguna manera seria como el desembarco en Normandía pues a diferencia de Europa Japón es un archipiélago. El intento, calculaban, costaría entre cinco y diez millones de vidas japonesas, y lo más grave, Japón estaba dispuesto a pagarlas. Para los EUA el desembarco y conquista costaría un millón de vidas norteamericanas y de ninguna manera estaban dispuestos a aceptar ese costo. Aquí debemos recordar algo básico, la visión de la vida y de la muerte no tenía, ni tiene, el mismo significado para Oriente que para Occidente. La estrategia nipona consistía en tratar de causar al adversario tal número de bajas que les obligara a plantearse la posibilidad de un pacto lo más beneficioso posible para sus intereses. Para ello, utilizaron procedimientos que eran en realidad una combinación entre la obstinación y la rabiosa impotencia, los kamikazes. Razonaron que sus aviadores, en manifiesta inferioridad, resultaban mucho más efectivos en ataques suicidas estrellándose contra el adversario. Iniciado a fines de 1944, este sistema se generalizó a partir de abril siguiente, cuando los norteamericanos invadieron Okinawa. Sin embargo, Tokio mantuvo una reserva de 5.000 aparatos suicidas, destinados a enfrentarse con quienes quisieran desembarcar en Japón. A la hora de decidir fue evidente que el costo de un millón de bajas aliadas y presumiblemente ocasionar un numero muy superior de bajas civiles en el propio Japón era un factor de peso para optar por el uso de una arma con una capacidad de disuasión enorme y que acortara el término de la guerra, de un año o más, a solo unos días y por lo tanto evitar una millonaria pérdida de vidas. El arma ya existía, era la bomba atómica y el 6 de agosto de 1945 el mundo conoció su potencia al ser arrojada sobre Hiroshima. Tres días después otra fue detonada sobre Nagasaki. Unos días después Japón se rendía. La pesadilla había terminado. ¿Buena o mala la decisión del uso de esta arma? La respuesta depende de la correcta valoración de todos y cada uno de los datos. Opinar a la ligera es irresponsable. Alejandro Vázquez Cárdenas |