La ignorancia y el poder.

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AGO
12
2025
Alejandro Vázquez Cárdenas Uruapan, Mich. En toda sociedad hay personas que dedican su vida al estudio, la reflexión crítica y la difusión del conocimiento. A estas personas se les conoce como intelectuales. Un intelectual no es necesariamente alguien que acumula títulos académicos, sino aquel que se sirve de su pensamiento para interpretar la realidad, cuestionarla y proponer alternativas, que muchas veces resultan incómodas para los poderosos en turno. Desde Voltaire y Diderot hasta Bertrand Russell y Karl Popper los intelectuales han sido figuras clave para el avance de la libertad, la justicia y el pensamiento racional.

El antiintelectualismo, en cambio, es la corriente de pensamiento , o más bien de rechazo , que desconfía de la razón ilustrada, del saber académico y del pensamiento crítico. Se manifiesta como desprecio hacia los científicos, académicos y filósofos que buscan comprender y explicar el mundo. A menudo, el antiintelectualismo se acompaña de una exaltación de lo emocional, lo instintivo o lo "popular", y encuentra terreno fértil en sociedades ignorantes o dominadas por discursos populistas.

Este fenómeno no es nuevo. En los regímenes fascistas del siglo XX, el antiintelectualismo fue una herramienta de control. Hitler, Mussolini y otros dictadores despreciaron abiertamente a los intelectuales, cerraron universidades, persiguieron a científicos y escritores, y promovieron un pensamiento único basado en consignas emocionales y nacionalismo extremo. El conocimiento libre y crítico siempre ha sido visto como una amenaza por quienes buscan el poder absoluto. Y es que pensar, dudar, comparar y criticar son actos profundamente subversivos en entornos autoritarios.

En la actualidad, observamos un resurgimiento global del antiintelectualismo. El auge de teorías absurdas como la creencia de que la Tierra es plana, el rechazo a las vacunas pese a décadas de evidencia científica, o la negación del cambio climático y la evolución biológica, no son meros casos de desinformación: son síntomas de un rechazo profundo hacia la razón, el método científico y el conocimiento estructurado. Se privilegian las "opiniones personales" por encima de los datos verificables, y las redes sociales amplifican voces sin formación ni fundamento que se colocan al nivel, o incluso por encima, de científicos y expertos.

Este fenómeno no sería tan peligroso si no estuviera promovido o alentado por líderes políticos de alto perfil. Donald Trump, Jair Bolsonaro, Viktor Orbán, López Obrador y otros, han desestimado públicamente el conocimiento científico, minimizado pandemias, ridiculizado a científicos y fomentado discursos cargados de ignorancia, odio y simplismo. En nombre del "sentido común" y del "pueblo", muchos líderes contemporáneos han atacado a universidades, medios de comunicación serios, centros de investigación y artistas críticos. En lugar de promover la educación, refuerzan prejuicios, consejas y supersticiones. "Para extraer petróleo solo hay que hacer un agujero en la tierra" dijo el Mesías tropical.

¿Por qué ocurre esto? Una posible explicación es que el pensamiento crítico es incómodo. Un pueblo que piensa, que pregunta, que compara, es un pueblo difícil de manipular. El conocimiento científico no ofrece respuestas simples ni soluciones mágicas, sino procesos complejos y duda razonada. En cambio, el antiintelectualismo seduce con respuestas rápidas, culpables fáciles y la ilusión de que la "sabiduría popular" basta para gobernar el mundo.

Las consecuencias de esta actitud son preocupantes. El desprecio por la ciencia y la cultura pone en riesgo la salud pública, como ocurrió con el movimiento antivacunas durante la pandemia de COVID-19. Promueve la desinformación, el odio irracional y la polarización social. En México, para vergüenza internacional, se promovió un amuleto, el "detente".

El antiintelectualismo es, en esencia, una forma de barbarie. Aunque se disfraza de rebeldía contra las élites, en realidad es funcional al poder autoritario y a la mediocridad colectiva. Frente a este fenómeno, es urgente defender el valor del conocimiento, de la educación pública, de la investigación científica y del pensamiento libre. No como privilegio de unos pocos, sino como herramienta de superación para todos.

La humanidad ha logrado sus mayores avances gracias a quienes se atrevieron a pensar distinto, a desafiar dogmas y a apostar por la razón. Si renunciamos a esa herencia, abrimos la puerta a un mundo gobernado por la ignorancia, el miedo y la manipulación. Y eso, como nos enseña la historia, es el preludio del desastre.



Es cuanto.



Alejandro Vázquez Cárdenas














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