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Alejandro Vázquez Cárdenas Uruapan, Mich. La inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una promesa futurista para convertirse en una realidad. Sus aplicaciones en la vida cotidiana, la industria y los servicios ya marcan un antes y un después en la forma en que trabajamos, aprendemos y nos relacionamos. Ante este panorama, resulta imperativo analizar cómo la IA impactará tanto al empleo como a la educación, y sobre todo cuáles son las perspectivas a corto y largo plazo.

A corto plazo la ya ha generado una transformación en sectores donde las tareas son rutinarias y repetitivas. Los procesos de análisis de datos, atención al cliente mediante chatbots, control de inventarios ya se realizan con el apoyo de sistemas inteligentes. Esto implica que profesiones basadas en actividades mecánicas o predecibles efectivamente se encuentran en riesgo.

Los empleos administrativos de bajo nivel, la contabilidad básica, la transcripción, la traducción automática, el soporte técnico inicial son áreas que podrían verse desplazadas en los próximos años. La automatización no solo reducirá costos para las empresas, sino que también exigirá menos personal en ciertas áreas.

Pero a medida que algunas profesiones desaparecen, otras se transforman o surgen. La gestión de datos, la programación, la supervisión de sistemas de IA, la ciberseguridad, la bioinformática y el diseño de algoritmos son campos en expansión. A largo plazo, es posible que la IA evolucione hasta desplazar incluso profesiones de alta especialización, no en la dimensión creativa, pero sí en los procesos rutinarios de análisis y diseño.

En el caso de la medicina una de las áreas clave en las que se aplicará la IA es en el análisis de imágenes médicas, como las radiografías, las tomografías computarizadas y las resonancias magnéticas. Es posible entrenar algoritmos de IA para analizar imágenes e identificar patrones y anomalías que pueden no aparecer inmediatamente ante un observador humano. Esto puede ayudar a mejorar la precisión de los diagnósticos y reducir el riesgo de errores.



En el ámbito educativo, la IA ofrece un amplio abanico de oportunidades. Plataformas inteligentes ya son capaces de personalizar el aprendizaje, adaptando los contenidos al ritmo y estilo de cada estudiante. A corto plazo, la IA puede convertirse en un aliado del docente, liberándolo de tareas burocráticas y permitiéndole concentrarse en lo esencial: guiar, motivar y desarrollar pensamiento crítico en sus alumnos. Sistemas de evaluación automatizada, asistentes virtuales y tutores inteligentes ya se aplican en diversos niveles de enseñanza.

Sin embargo, el riesgo es evidente. Si la educación se limita a utilizar la IA como sustituto del profesor, se corre el peligro de deshumanizar el proceso de aprendizaje. Además, la dependencia excesiva de algoritmos podría generar desigualdades, pues quienes no tengan acceso a estas herramientas quedarán rezagados.

A largo plazo, la IA obligará a replantear qué significa "aprender". El conocimiento enciclopédico perderá relevancia, pues la información estará siempre disponible y organizada por sistemas inteligentes. Lo valioso será desarrollar habilidades como la creatividad, la resolución de problemas complejos, el pensamiento crítico y la capacidad de colaborar con máquinas inteligentes. La educación deberá enseñar no solo a "usar" la tecnología, sino a cuestionarla, comprenderla y aprovecharla con responsabilidad.

Si bien en este momento es imposible predecir con exactitud qué profesiones desaparecerán, todo indica que las más amenazadas serán aquellas dependientes de rutinas estandarizadas: operadores de centros de llamadas, cajeros, analistas financieros de bajo nivel, periodistas de notas básicas y traductores convencionales. En contraste, sobrevivirán, y se fortalecerán, las profesiones vinculadas a la creatividad, el liderazgo, la innovación y las relaciones humanas: artistas, científicos, ingenieros de sistemas complejos, psicólogos, educadores, y directivos con capacidad de gestión y visión.

La inteligencia artificial no es un destino inevitable sino una herramienta cuyo impacto dependerá de las decisiones colectivas e individuales. Puede generar desempleo masivo si se la adopta sin planeación, pero también puede abrir un horizonte de prosperidad si se combina con políticas educativas y laborales que preparen a las personas para un mundo en el que la máquina y el humano trabajen en conjunto.

En última instancia, la clave no estará en competir con la IA, sino en redefinir lo humano: aquello que ninguna máquina podrá reemplazar plenamente, como la ética, la empatía, la imaginación y la capacidad de soñar un futuro distinto.



Alejandro Vázquez Cárdenas





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